La virginidad de la mujer de Dios, al igual que la del hombre de Dios, no reside sólo en el hecho de nunca hallan tenido una experiencia sexual sino, sobre todo, en su proceder ejemplar y en la pureza de sus pensamientos y de sus palabras. Esa es la recomendación que el Espíritu Santo nos hace a través del apóstol Pablo:
"Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero,
todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable,
todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna,
si algo digno de alabanza, en esto pensad.
Filipenses 4:8
Los padres, por tanto, deben instruir a sus hijos, tanto niñas como niños, a que se abstengan de relaciones sexuales antes del matrimonio, para que sus cuerpos pueden servir como templo del Espíritu Santo. Creemos que, a los ojos de Dios, la cosa más linda en cuanto el amor de Sus hijos es el matrimonio de una pareja virgen. La propia naturaleza divina hará que se descubran el uno al otro y, así, conozcan el más puro y tierno amor.
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